viernes, 3 de octubre de 2014

EL CUCHILLO QUE SALVÓ LA VIDA A ADELA.

Trabajé en Vigo, hace ya algunos años, con mujeres marcadas por la lacra social del maltrato. Impartía sesiones para intercambiar experiencias de violencia de género, formando grupos que, colocadas en círculo, propiciaban un espontáneo diálogo verbal y de gestos. Desde mi  posición podía  ver las miradas atentas de aquellas mujeres,  con expresión temerosa  y semblantes serios, que sin decirlo mostraban su vergüenza  por lo solas que estaban ante tanto desamparo sufrido.
Me reunía, digo, cada tarde de Jueves, en los centros sociales de  Bouzas y Teis,  los barrios más marineros de la bonita postal que recuerdo de Vigo.
Una  vez por semana en aquellos locales, les sonsacaba sucesos de los que preferían no hablar, formulaba preguntas que no querían contestar, solicitaba detalles que habían deseado olvidar aunque, finalmente y a regañadientes, acababan relatando buena parte de sus vidas repletas de desamor y de violencia.
Destacaba entre todas ellas, Adela Barreiro, una mujer de mediana edad, ancha de constitución,  fuerte tanto de voz como de espíritu. Había sido condenada por dejar maltrecho, o casi muerto, a su marido. A pesar de que no era una niña y de haber pasado sus años entre rejas en el C.P. de A Lama,  mantenía  vivo cierto aire  infantil en sus expresiones. No se le quebraba la voz manteniendo su inocencia, aunque aceptaba, resignada, el estigma del castigo impuesto a su conducta mal entendida. Más tarde descubrí lo mucho le pesaba aquel suceso en su vida, el hecho que convirtió en culpable a quien primero fue la víctima. Fue la culpa tan grande que sentía, la  que la llevó Adela a empezar  a acudir a nuestras sesiones grupales.
 Cuando conocí a fondo su historia, supe que Adela Barreiro  nunca tuvo intención de matar, que sólo se defendía de un hombre que la trató como un animal, soportando una situación insostenible, que  su entorno pareció tolerar durante décadas. Incluso ella misma  se hizo inmune a los golpes, para salvar del mismo terror al que se veían sometidos sus hijas, a quienes  de vez en cuando,  también aquel hombre  pegaba y trasladaba su ira al llegar a casa, borracho de alcohol revenido. Un hombre que, según decía, nunca creía bastantes los insultos y las marcas en el cuerpo de Adela Barreiro.
Fue el azar el que cambió el curso de las cosas y de su vida. Lo que en principio era un nuevo intento de abuso con puños por parte de su marido, se encontró con un cuchillo en la encimera que pedía a gritos: “cógeme por el mango, Adela”. 
No lo planeó ni calculó, simplemente tuvo que hacerlo, “ era el cuchillo o mi propia muerte y la de mis hij@s” alegó suplicante en el estrado. Así fue como confesó que no pudo pensar dos veces si cogía o no el cuchillo que después  clavó en las entrañas de su marido, el mismo cuchillo con el que dos minutos antes pelaba patatas, aunque quiso el destino que no le causara la muerte, sino sólo dejarlo lisiado. Pero no,  Adela Barreiro nunca tuvo  intención de matar….
El caso se cerró, como uno más  de violencia familiar, pero nadie se preguntó si el resultado fue consecuencia de una violencia  que no comenzó por su parte. No era Adela quien pegaba, insultaba ni humillaba a su marido e hijas. Ella sólo se defendió de un daño que, ese día,  iba a ser inminente. ¿Acaso es que no podía responder a los abusos que le estaba causando? Se dejó la calificación de legítima defensa en manos de terceros, que hicieron la interpretación subjetiva equivocada, que si imperaba la ley de la proporcionalidad, que si el daño causado no debe mayor que el que se trate de evitar, bla,bla,bla….Qué podía hacer Adela sino defenderse?
Repudio la violencia por igual, venga de hombre o de mujer, pero lo cierto es que la violencia femenina es más defensiva que ofensiva y menos física que psicológica. Puedo asegurar que trabajar la inserción con mujeres  es mucho más productiva. Con hombres es casi imposible, porque ellos siempre tienen una excusa para justificar el hecho violento.  A nosotras, nos puede siempre la culpa.
Aquellas mujeres de Vigo compartían algo en común, el que nadie pusiera valor a su existencia y la penuria de haber sufrido malos tratos toda su vida  de su pareja, de su padre, u otro miembro masculino en su familia).
No habrá mañana que se levanten sin aquellos hombres  como primer pensamiento. Y  yo volvía a mi casa con sensación agridulce, con la imagen del círculo de las mujeres más valientes que he conocido nunca y que  han dado fuerza a muchas de mis pérdidas y decisiones. 

Propuesta:

¿Conoces algún caso de enfado de  un hombre/mujer  en el que adoptara actitud violenta y el motivo por el que adoptó esa actitud violenta? Los motivos son la base de la actividad. Los hombres no suelen tener motivos. Las mujeres suelen mostrar violencia por  padecer ellas mismas algún tipo de violencia.

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