EL CUCHILLO QUE SALVÓ LA VIDA A ADELA.
Trabajé en Vigo, hace ya
algunos años, con mujeres marcadas por la lacra social del maltrato. Impartía
sesiones para intercambiar experiencias de violencia de género, formando grupos
que, colocadas en círculo, propiciaban un espontáneo diálogo verbal y de
gestos. Desde mi posición podía ver las miradas atentas de aquellas mujeres, con expresión temerosa y semblantes serios, que sin decirlo mostraban
su vergüenza por lo solas que estaban
ante tanto desamparo sufrido.
Me reunía, digo, cada tarde
de Jueves, en los centros sociales de Bouzas y Teis, los barrios más marineros de la bonita postal que
recuerdo de Vigo.
Una vez por semana en aquellos locales, les
sonsacaba sucesos de los que preferían no hablar, formulaba preguntas que no
querían contestar, solicitaba detalles que habían deseado olvidar aunque,
finalmente y a regañadientes, acababan relatando buena parte de sus vidas
repletas de desamor y de violencia.
Destacaba entre todas
ellas, Adela Barreiro, una mujer de mediana edad, ancha de constitución, fuerte tanto de voz como de espíritu. Había
sido condenada por dejar maltrecho, o casi muerto, a su marido. A pesar de que
no era una niña y de haber pasado sus años entre rejas en el C.P. de A Lama, mantenía vivo cierto aire infantil en sus expresiones. No se le
quebraba la voz manteniendo su inocencia, aunque aceptaba, resignada, el
estigma del castigo impuesto a su conducta mal entendida. Más tarde descubrí lo
mucho le pesaba aquel suceso en su vida, el hecho que convirtió en culpable a
quien primero fue la víctima. Fue la culpa tan grande que sentía, la que la llevó Adela a empezar a acudir a nuestras sesiones grupales.
Cuando conocí a fondo su historia, supe que Adela
Barreiro nunca tuvo intención de matar,
que sólo se defendía de un hombre que la trató como un animal, soportando una
situación insostenible, que su entorno
pareció tolerar durante décadas. Incluso ella misma se hizo inmune a los golpes, para salvar del
mismo terror al que se veían sometidos sus hijas, a quienes de vez en cuando, también aquel hombre pegaba y trasladaba su ira al llegar a casa, borracho
de alcohol revenido. Un hombre que, según decía, nunca creía bastantes los insultos
y las marcas en el cuerpo de Adela Barreiro.
Fue el azar el que cambió
el curso de las cosas y de su vida. Lo que en principio era un nuevo intento de
abuso con puños por parte de su marido, se encontró con un cuchillo en la
encimera que pedía a gritos: “cógeme por el mango, Adela”.
No lo planeó ni calculó, simplemente tuvo que hacerlo, “ era el cuchillo o mi propia muerte y la de mis hij@s” alegó suplicante en el estrado. Así fue como confesó que no pudo pensar dos veces si cogía o no el cuchillo que después clavó en las entrañas de su marido, el mismo cuchillo con el que dos minutos antes pelaba patatas, aunque quiso el destino que no le causara la muerte, sino sólo dejarlo lisiado. Pero no, Adela Barreiro nunca tuvo intención de matar….
No lo planeó ni calculó, simplemente tuvo que hacerlo, “ era el cuchillo o mi propia muerte y la de mis hij@s” alegó suplicante en el estrado. Así fue como confesó que no pudo pensar dos veces si cogía o no el cuchillo que después clavó en las entrañas de su marido, el mismo cuchillo con el que dos minutos antes pelaba patatas, aunque quiso el destino que no le causara la muerte, sino sólo dejarlo lisiado. Pero no, Adela Barreiro nunca tuvo intención de matar….
El caso se cerró, como uno
más de violencia familiar, pero nadie se
preguntó si el resultado fue consecuencia de una violencia que no comenzó por su parte. No era Adela
quien pegaba, insultaba ni humillaba a su marido e hijas. Ella sólo se defendió
de un daño que, ese día, iba a ser
inminente. ¿Acaso es que no podía responder a los abusos que le estaba causando?
Se dejó la calificación de legítima defensa en manos de terceros, que hicieron
la interpretación subjetiva equivocada, que si imperaba la ley de la
proporcionalidad, que si el daño causado no debe mayor que el que se trate de
evitar, bla,bla,bla….Qué podía hacer Adela sino defenderse?
Repudio la violencia por
igual, venga de hombre o de mujer, pero lo cierto es que la violencia femenina es
más defensiva que ofensiva y menos física que psicológica. Puedo asegurar que trabajar
la inserción con mujeres es mucho más productiva.
Con hombres es casi imposible, porque ellos siempre tienen una excusa para
justificar el hecho violento. A
nosotras, nos puede siempre la culpa.
Aquellas mujeres de Vigo
compartían algo en común, el que nadie pusiera valor a su existencia y la
penuria de haber sufrido malos tratos toda su vida de su pareja, de su padre, u otro miembro
masculino en su familia).
No habrá mañana que se levanten sin aquellos hombres como primer pensamiento. Y yo volvía a mi casa con sensación agridulce, con la imagen del círculo de las mujeres más valientes que he conocido nunca y que han dado fuerza a muchas de mis pérdidas y decisiones.
Propuesta:
¿Conoces algún caso de
enfado de un hombre/mujer en el que adoptara actitud violenta y el
motivo por el que adoptó esa actitud violenta? Los motivos son la base de la
actividad. Los hombres no suelen tener motivos. Las mujeres suelen mostrar
violencia por padecer ellas mismas algún
tipo de violencia.
Terrible...
ResponderEliminarUn besazo, guapa!!
ResponderEliminarEstremecedor, cuantos casos como este se estarán produciendo día a día...
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar