lunes, 28 de diciembre de 2015

EL ENGAÑO DEL MITO ROMÁNTICO

Ciertos modelos sociales nos atrapan y seducen peligrosamente en etapas fundamentales de nuestras vidas: justo cuando las personas estamos construyendo nuestro propio yo, cuando forjamos nuestra identidad, modelos que mantienen la ideología imperante del grupo,  lo cual hace difícil el cambiarlos. Si hacemos memoria, podemos ver la importancia de las primeras relaciones y de cuánto puede marcar el futuro de una persona. Aún conscientes de la existencia de conductas poco igualitarias, no las identificamos como tal, por considerarlas inevitables o naturales, como parte del orden de las cosas, muchas veces por miedo a sentirnos personas solas o rechazadas.
El manejo del significado de amar y  de ser amad@ es muy pobre. El amor es un concepto demasiado vinculado a  antecedentes culturales y  por el que no todo el mundo entendemos lo mismo. Para algunas personas, un sentimiento de gozo y de compartir libremente y, para otras, un amor basado en ideas preconcebidas de lo que debe sentir un hombre y lo que debe una mujer.
Precisamente ese amor romántico, el gran mito de amor cautivo,  amor cortés o el cantar de juglares y trovadores, se erige en la clave de por qué es tan difícil acabar con falsas creencias y expectativas platónicas. Todo ese amor, en sí mismo, construye una fantasía sobredimensionada que difícilmente puede dirigir, razonablemente, la vida de nadie. Transmite una idea preconcebida de lo que significa estar enamorada/o, para luego frustrar cuando las expectativas no se ven cumplidas, impidiendo encontrar una salida real a ese circuito tramposo que es el amor romántico.
En mi caso, la herencia de esa idea me llegó a través de literatura barata, compartida entre amigas del primer año de instituto, basada en modelos amorosos posesivos y sexuales, nada igualitarios. A pesar de la biblioteca envidiable de mis padres, quise empaparme de aquellos folletines que exaltaban una feminidad europea occidental, sólo propia de la mujer burguesa, construida sobre la idea de mujer como el sexo débil, frágil, asexuada, más emotiva y menos racional. Una visión que, en realidad, respondía a una pequeña parte de la sociedad femenina, que nada tenía que ver con la mujer de origen humilde, del campo o trabajadora, porque éstas no crearon modelo femenino alguno. Una imagen de mujer burguesa, digo, que sigue impregnando  el  cine y la pequeña pantalla, donde las pocas detectives intrépidas, impecables y de tacón de aguja, siempre van de la mano de un compañero protector,  guapo, único y estupendo.
Y así es como una mentira tan gorda va transitando a sus anchas por nuestra sociedad sin modificación, como sigue fluyendo la invención de que somos seres débiles o poco inteligentes, para según qué cosas, con nuestra innata maldad femenina, sorprendentemente admitida incluso por las mismas mujeres. El proceso de socialización diferencial marca en el amor un hecho fundamental. Y si antes había una explicación, por salir de un régimen franquista, con la exaltación de la masculinidad que ello conllevaba, ¿cómo es que ahora, con generaciones actuales, esta tendencia no se ha suavizado?
Asisto pasmada a un escenario repleto de parejas sumidas en relaciones de dominio y de amor romántico, entendido como única fuente de felicidad, el de comer perdices, el omnipotente que todo lo puede, el  eterno, el  que mueve montañas,  el que cambia a personas, el de la media naranja, aquél que está sólo a un paso del odio….En definitiva el amor romántico es el más dañino, el más perverso, una fuente de sufrimiento construida sobre la idea de falsas creencias de idealización sobre otra persona, porque es la gran coartada de la violencia contra las mujeres. No olvidemos que todos los grandes dramas y asesinatos de las mujeres, empiezan precisamente por el mito romántico.
Por eso, es importante atacar el núcleo duro de estos mitos, que nuestros chicos y chicas los “desactiven” para que pierdan su fuerza. Ayudarles a cambiar el orden de las cosas, sin ceder a las presiones sociales y de grupo. Que vean que no tener una pareja no impide ser feliz ni se pierde la vida, ni ello debe generar un sentimiento de fracaso. Impedir que la idea patriarcal susurre a nuestros hijos e hijas, en su micro mundo, que el poder es masculino e impune, porque eso no es lo real.
Atentos a los componentes de la socialización y de influencias, porque el verdadero significado de amar y ser amad@ no es luchar por tu amor, renunciando a todo, ni sacrificarte por una persona que sólo quiere recibir. No somos seres para otros seres, no somos satélites del deseo ajeno, porque eso no es racional, eso es una ficción amorosa producto de la fascinación inicial del sentirse enamorad@ que luego pasa a la confusión, al no cumplir expectativas.
Aconsejo, como alternativa preventiva y curativa, el uso de terapias feministas, como herramienta válida para determinar  nuestros propios destinos, sin voluntades ajenas que legitimen conductas sexistas.


(Sigo con atención a Esperanza Bosch Fiol, investigadora de la universidad de Baleares, que ha realizado estudios muy interesantes sobre la aceptación social del modelo de amor romántico y su relación con la violencia contra las mujeres en la pareja).


viernes, 6 de febrero de 2015

POR ENCIMA DE TODO, YO MISMA.

Soy consciente de que este post puede levantar algunas ampollas y que será difícil entender mi postura, si en la persona lectora falta una reflexión serena, o una dosis extra de empatía hacia mujeres que, como yo, no vemos ni vivimos la maternidad como la base de nuestra máxima realización.

Hace mucho que descubrí que el amor ideal era una mera invención, que el amor de pareja no era algo inmutable sino todo lo contrario, cómo el mito del amor romántico sólo era el reflejo de un patriarcado que buscaba controlar más que querer. El primer culpable de concluir con la fábula ha sido el feminismo que, al descubrirlo desde joven, lo hice responsable de mi vocación por incorporarme al ámbito público y de ser una de las muchas mujeres donde el hogar no fuera mi lugar habitual. 
Afortunadamente, el feminismo fue el causante de acabar con la imagen ingenua que tenía del amor idealizado, del que tanto hablaba con mis amigas de instituto, hoy totalmente sustituido en las tertulias, por el amor de las madres hacia los hijos o hijas, concebido casi como otro amor eterno, incondicional e indestructible y que algunas cuestionamos.
Lo que observo es que no dudamos del amor de nuestro/a hijo o hija. Podemos dudar del amor de nuestra pareja, pero nunca, en cambio, del de nuestros retoños. Asisto, atónita, al nacimiento de las nuevas parejas “mujer-bebé” , donde las mujeres dominamos la relación, al menos inicialmente, lo que les convierten en nuestra pareja perfecta. Soy testigo de cómo nos convertimos en mujeres dependientes de otro amor idealizado, ahora el de nuestros descendientes. Mucho cuidado, queridas, esto es sólo en apariencia
Me horroriza la exposición de una maternidad revalorizada, convertida en uno de los bienes de consumo más preciados. En televisión, no falta la preguntita de rigor en cualquier entrevista a famosas, “¿para cuándo el ser mamá con fulanito”? La diferencia es que, hoy en día, la pregunta te la formulan hasta los 50 y, lo sorprendente, es que ninguna contesta “nunca jamás”.
Luego están las clínicas de maternidad que te la venden, tengas la edad que tengas, con o sin pareja, puedas o no puedas, porque es algo necesario para tu existencia de mujer. Nada importa el horror de pruebas médicas, por muy dolorosas y dudosas que sean, el caso es tener un bebé para ser completamente feliz, para ser completamente mujer.
No creo equivocarme cuando afirmo que esto en otros tiempos no era así. Hoy se monta todo un discurso alrededor de la “madre”, como una experiencia tan profunda y necesaria, que no deja crecer otras opciones no maternales, que también tienen su cabida y razón de ser en este mundo, sin que se convierta a esas mujeres en anti féminas o en malas madres, en definitiva, en monstruosas.
No comparto que nadie pueda querer más que a su propio hijo o hija…Y es que yo no he traído al mundo un muñeco perfecto, sino una personita que veo día a día cómo cambia y se transforma, adquiriendo sus propias ideas y personalidad. Soy consciente de que cabe la posibilidad de que pueda convertirse en alguien que no me guste, o que incluso  pueda dejar de quererle si se vuelve mala persona, o quizás que pueda llegar un/a hermanito/a, por ejemplo, al/a que quiera todavía más y reconocerlo abiertamente. ¿Hay que demonizar a una madre por ello? ¿Acaso esto no ocurre en realidad? Yo creo que sí, pero nadie se atreve a confesarlo.
Reconozco que la maternidad, en mi caso, en ocasiones me esclaviza y me irrita. La atención ininterrumpida bajo amenaza de que mi hijo “pierda valores”, es el mensaje que la sociedad se ha encargado de hacer llegar a madres como yo, haciendo elegir entre opciones siempre injustas (cuidado incesante o trabajo; cuidado incesante o yo misma), confundiendo el deseo de ser madre con algo que está por encima de todo, incluso de mi misma. Ese es el error, no hay nada que esté por encima de mí y  la posición que ocupan las personas y cosas importantes en mi vida es siempre horizontal, no vertical.
A lo que me resisto es a la maternidad obligatoria, a la lactancia obligatoria, a la dedicación exclusiva obligatoria, a renunciar a un trabajo o actividad de forma obligatoria. Discrepo de poderes fácticos como los grupos de madres, ligas de la leche materna, etc,(considero que difunden datos de dudosa procedencia y totalmente sesgados). Admitiendo, en mi propia experiencia, que dar pecho tiene sus bondades, no haré de ello el camino mítico a seguir, como un dogma de fe, aún padeciendo mil penurias.





Con discursos como éstos, volvemos a un rol tradicional que ha estado combatiendo el feminismo durante décadas y que ahora aflora con otra piel igual de injusta. No digo que la maternidad sea mala o negativa, pero acepto que, en mi persona, es tan compleja como la realidad misma que me rodea. Creo que el amor se manifiesta de muchas formas, porque somos muchas mujeres y no todas somos iguales. Eso no me convierte en peor madre, en mujer anti natura. Esa maternidad que nos venden, tan delicada y tan dedicada, es un chantaje que se nos ofrece para volver sutilmente a lo viejuno, propiciando que renunciemos a nuestros trabajos, que nos dediquemos al cuidado de nuestra familia, a estar siempre al lado de nuestra pareja y ahora también de la nueva, nuestro hijo o hija. Si  tú lo eliges está bien, pero obligarte a ello es entregarte al lobo de la pobreza femenina, que es invisible a los ojos de esta sociedad.
Muchas mujeres luchamos por ser dueñas de nuestras propias vidas y nos resistimos a un destino biológico impuesto, al tan odiado reloj biológico que la sociedad tiende a recordarme. Ser madre ha sido una decisión personal, pero mi principal proyecto soy yo misma. Soy partidaria de la libre elección y de que esto se aplique a todo. Puedo ser madre y puedo no serlo, pero hay que visualizar en el mundo a unas y a las otras. Un discurso totalitario en este tema genera infelicidad y también desigualdad, pero sobretodo, es un freno para nosotras, las mujeres.
Yo no soy mujer sin proyecto personal propio, miro más allá de la maternidad, y sé que mi criatura no es el culmen (sino parte) de mi realización, porque ese es un discurso tradicional, disfrazado de modernidad.  Al final todo se resume en tú eliges, tú decides. Y el resto de las personas, debemos respetar.

***En conversaciones con la activista feminista, Beatriz Gimeno, se comentaron algunas de las muchas cartas que recibe de las mujeres interesadas en sus estudios. Inmediatamente, supe que hacía referencia a mujeres como yo, y que alguna carta bien pudiera ser la mía. Cuando expuso su tesis sobre la maternidad, concebida actualmente, creí que era una buena ocasión para poner en orden mis sentimientos y escribir sobre la experiencia de ser madre.