viernes, 1 de abril de 2016

MEMORIAS EN FEMENINO Y CON SABOR.

Que la cocina no es específica ni característica de las mujeres, no cabe duda, pero en mi familia, durante un siglo, las mujeres de las que desciendo ocuparon un lugar protagonista en ella. Si lo hicieron como reinas o como sirvientas, es lo que quizás les pueda diferenciar de otras mujeres, ya que sin lugar a dudas, estas doñas con las que comparto parentesco, ocuparon el trono de un feudo capitaneado exclusivamente por ellas.
Yo no creo que cocinaran solamente para alimentar a su gente. Intuyo que había un propósito más profundo y elevado, algo más que hablar de recetas, o dar suministro a otras personas. Siempre he percibido su cocina como un modo de acceder a sus memorias, a su pasado  y a sus tradiciones, una forma de poner en valor su relación como mujeres y su propia identidad norteña. Un instrumento de emancipación femenina o de expresar lo más íntimo, incluso diría yo, de legitimar sus derechos y privilegios como mujeres.
Es por ello que la cocina ha adquirido un papel fundamental en la vida de mi familia, entendida casi como un fenómeno vital. Vidas gastronómicas en femenino, con la evocación continua de platos y productos cuidadosamente elegidos, donde el paladar ocupa un papel central, el de la aceptación y recompensa de lo elaborado con tanta dedicación.
Entre cocinas de hotel y hospedería crecí yo, negocios familiares que dieron un significado distinto al arte culinario compartido por las mujeres que por allí pasaron. A través de la comida, mis abuelas ya exploraban el alma humana y daban respuesta a muchas cuestiones que para mi estaban sin resolver. Y en medio de aquél ajetreo de cacharros y apetitosas esencias que impregnaban el ambiente, ellas han llegado a conocerme y yo también a ellas, así como a otras muchas mujeres que allí trabajaban, e incluso a mi misma en muchos aspectos…
En todas nosotras, nuestros días y comportamientos parecen regulados por la comida y la cocina, desvelando historias (quién sabe si vividas o inventadas) como los platos que en ella se elaboran. Comida que nos ha acompañado en los momentos más felices y también en los amargos, desvelando amores, bodas, enfermedades, nacimientos y muertes varias, con ingredientes importantes para las protagonistas  que nos servirían de guía a nuestras historias de vida.

Hace un siglo ya avanzado, bisabuelas, abuelas, madres, nietas, tías, primas y yo misma, nos entregamos, con más o menos devoción, en torno a la cocina, heredando el amor por lo dulce y lo salado, una herencia gastronómica transmitida de generación en generación, transfiriendo también a todas un carácter peculiar, cargado con pesados sacos  de alegrías, miedos, afectos, vigilias y cierta fe consagrada a algunos santos. Heredamos también los aromas de puchero y las instrucciones de complejos hornillos, que manipularon durante años con esmero aquellas que me precedieron.
Todas somos mujeres que, aunque coincidimos en épocas distintas, nuestras historias se van entretejiendo en un espacio compartido, dando afinidad a nuestras vidas. Vidas que sabemos, empiezan y acaban de la misma manera,  porque todas nacemos y morimos… Y precisamente, cuando mueren quienes nos rodean, al darnos cuenta de que nos quedamos más solas, es cuando nos reinventamos verdaderamente, el instante en que nos reconstruimos y nos encontramos, de nuevo, con nosotras mismas, recomponiendo los pedacitos a los que nos reducen las pérdidas. Es ese el momento de retomar las riendas de nuestra existencia y de volver a las cocinas, aprendiendo a disfrutar de lo que nos queda a nuestro lado. De este modo, regresamos al placer de los sentidos. ¿Acaso no es eso la verdadera emancipación femenina? Tras instantes desesperados, volvemos a relajar el corazón, cocinando con sosiego como terapia de superación, o de cambio, cerrando el ciclo.
Así es como cada plato que conozco equivale a un capítulo vital de las mujeres de mi vida,  un encuentro entre nosotras que tanto me hacen crecer, descubriendo un mundo repleto de viandas del color berenjena, o mezcladas con perfumes agridulces y no pocas lágrimas encebolladas, o con  claras de nieve tan evanescentes como el aire que respiro…
En mi recuerdo están los mismos sabores que nos han hecho a todas reflexionar en los aspectos de ser mujeres y del carácter de quienes los preparan. Y en ocasiones acompañadas con vinos de uvas secadas al viento y maduradas con escaso sol del norte, hechos para meditar o para evocar los pensamientos más profundos, memorias femeninas culminadas con el buen gusto de la tradición culinaria, donde la comida adquiere otro significado y la cocina descifra una literatura social y cultural de mujeres, a quienes regalo este modesto homenaje.

**A todas esas “amamas” que han puesto todo su cariño y sus conocimientos culinarios transmitidos de generación en generación como un auténtico tesoro, un legado que ha dado origen a mucho más que sus cocinas prolíficas y reconocidas. Admiro la contribución de estas mujeres a muchos de nuestros logros actuales.


5 comentarios:

  1. cada vez que hablo o escucho algo de lo que cuentas, descubro un nuevo reto en mi persona para conocer un mundo tan desconocido y tan necesario de difundir y denunciar.
    Gracias.
    Esta nueva entrada me ha traido grandes recuerdos...

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  2. A veces los recuerdos se pierden en la memoria, incluso parecen desaparecidos. Gracias a ti, hoy he vuelto a "vivir" imágenes de mi infancia, en las que aparecen juntas a dos mujeres muy importantes en mi vida, mi abuela y mi madre. Sus manos, sus palabras, sus voces a medias... Grande Aurora, gracias por ofrecernos estas lecturas

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  3. A veces los recuerdos se pierden en la memoria, incluso parecen desaparecidos. Gracias a ti, hoy he vuelto a "vivir" imágenes de mi infancia, en las que aparecen juntas a dos mujeres muy importantes en mi vida, mi abuela y mi madre. Sus manos, sus palabras, sus voces a medias... Grande Aurora, gracias por ofrecernos estas lecturas

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  4. Gracias a ti, por rememorar conmigo tus vivencias.

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