MEMORIAS EN FEMENINO Y CON SABOR.
Que la cocina no es específica ni
característica de las mujeres, no cabe duda, pero en mi familia, durante un
siglo, las mujeres de las que desciendo ocuparon un lugar protagonista en ella.
Si lo hicieron como reinas o como sirvientas, es lo que quizás les pueda
diferenciar de otras mujeres, ya que sin lugar a dudas, estas doñas con las que
comparto parentesco, ocuparon el trono de un feudo capitaneado exclusivamente
por ellas.
Yo no creo que cocinaran solamente
para alimentar a su gente. Intuyo que había un propósito más profundo y elevado,
algo más que hablar de recetas, o dar suministro a otras personas. Siempre he
percibido su cocina como un modo de acceder a sus memorias, a su pasado y a sus tradiciones, una forma de poner en
valor su relación como mujeres y su propia identidad norteña. Un instrumento de
emancipación femenina o de expresar lo más íntimo, incluso diría yo, de
legitimar sus derechos y privilegios como mujeres.
Es por ello que la cocina ha
adquirido un papel fundamental en la vida de mi familia, entendida casi como un
fenómeno vital. Vidas gastronómicas en femenino, con la evocación continua de
platos y productos cuidadosamente elegidos, donde el paladar ocupa un papel
central, el de la aceptación y recompensa de lo elaborado con tanta dedicación.
Entre cocinas de hotel y
hospedería crecí yo, negocios familiares que dieron un significado distinto al
arte culinario compartido por las mujeres que por allí pasaron. A través de la
comida, mis abuelas ya exploraban el alma humana y daban respuesta a muchas cuestiones
que para mi estaban sin resolver. Y en medio de aquél ajetreo de cacharros y
apetitosas esencias que impregnaban el ambiente, ellas han llegado a conocerme y
yo también a ellas, así como a otras muchas mujeres que allí trabajaban, e
incluso a mi misma en muchos aspectos…
En todas nosotras, nuestros días
y comportamientos parecen regulados por la comida y la cocina, desvelando
historias (quién sabe si vividas o inventadas) como los platos que en ella se
elaboran. Comida que nos ha acompañado en los momentos más felices y también en
los amargos, desvelando amores, bodas, enfermedades, nacimientos y muertes
varias, con ingredientes importantes para las protagonistas que nos servirían de guía a nuestras historias
de vida.
Hace un siglo ya avanzado,
bisabuelas, abuelas, madres, nietas, tías, primas y yo misma, nos entregamos, con
más o menos devoción, en torno a la cocina, heredando el amor por lo dulce y lo
salado, una herencia gastronómica transmitida de generación en generación, transfiriendo
también a todas un carácter peculiar, cargado con pesados sacos de alegrías, miedos, afectos, vigilias y
cierta fe consagrada a algunos santos. Heredamos también los aromas de puchero
y las instrucciones de complejos hornillos, que manipularon durante años con
esmero aquellas que me precedieron.
Todas somos mujeres que, aunque
coincidimos en épocas distintas, nuestras historias se van entretejiendo en un espacio
compartido, dando afinidad a nuestras vidas. Vidas que sabemos, empiezan y
acaban de la misma manera, porque todas
nacemos y morimos… Y precisamente, cuando mueren quienes nos rodean, al
darnos cuenta de que nos quedamos más solas, es cuando nos reinventamos
verdaderamente, el instante en que nos reconstruimos y nos encontramos, de
nuevo, con nosotras mismas, recomponiendo los pedacitos a los que nos reducen las
pérdidas. Es ese el momento de retomar las riendas de nuestra existencia y de
volver a las cocinas, aprendiendo a disfrutar de lo que nos queda a nuestro
lado. De este modo, regresamos al placer de los sentidos. ¿Acaso no es eso la verdadera
emancipación femenina? Tras instantes desesperados, volvemos a relajar el
corazón, cocinando con sosiego como terapia de superación, o de cambio,
cerrando el ciclo.
Así es como cada plato que
conozco equivale a un capítulo vital de las mujeres de mi vida, un encuentro entre nosotras que tanto me hacen
crecer, descubriendo un mundo repleto de viandas del color berenjena, o mezcladas con
perfumes agridulces y no pocas lágrimas encebolladas, o con claras de nieve tan evanescentes como el aire
que respiro…
En mi recuerdo están los mismos sabores
que nos han hecho a todas reflexionar en los aspectos de ser mujeres y del
carácter de quienes los preparan. Y en ocasiones acompañadas con vinos de uvas
secadas al viento y maduradas con escaso sol del norte, hechos para meditar o para
evocar los pensamientos más profundos, memorias femeninas culminadas con el
buen gusto de la tradición culinaria, donde la comida adquiere otro significado
y la cocina descifra una literatura social y cultural de mujeres, a quienes
regalo este modesto homenaje.
**A todas esas “amamas” que han puesto todo su cariño y sus
conocimientos culinarios transmitidos de generación en generación como un
auténtico tesoro, un legado que ha dado origen a mucho más que sus cocinas prolíficas
y reconocidas. Admiro la contribución de estas mujeres a muchos de nuestros logros
actuales.